Anabel Caride Pérez - Céntrico, reformado, luminoso
Sucedió otra vez. Nuevas caras, nuevos nombres en el buzón. Dos brochazos distraídos vistieron de limpio mis discretas paredes blancas, verde fosforito desde hoy. Antes que eso, papel pintado. Después quién sabe. La nueva inquilina, una de esas neohippies alternativas entraditas en los cuarenta y el Biomanán, me hizo pronto olvidar a su lejana tía segunda (la del Corazón de Jesús gigantesco que me asustaba por las noches). Ella y su bigote mosca. Fueron a parar al trastero también sus visillos voyeuristas y fue así como, uno de esos domingos remolones de churros y periódico de izquierdas, descubrí enfrente a Nico, el adolescente tolkiniano que se daba los buenos días con gallarda y magdalenas de oferta. Su santa madre ya por aquel entonces había desistido de lavar los cortinajes de la cueva, adoquinados con lamparones de semen reseco y boli distraído. Si la inspiración andaba cerca, entiéndase por tal a la teutónica guiri del primero izquierda, el albo afluente del onanista barrilloso ...