Denis Diderot - La paradoja del comediante
PRIMER INTERLOCUTOR.- No hablemos más de ello.
SEGUNDO INTERLOCUTOR.- ¿Por qué?
PRIMERO.- Es obra de un amigo vuestro.
SEGUNDO.- ¿Qué importa?
PRIMERO.- Mucho. ¿A qué poneros en la alternativa de despreciar su talento o mi juicio y amenguar la buena opinión que tenéis de él o la que tenéis de mí?
SEGUNDO.- No será así; y aunque fuese, mi amistad por ambos, cimentada en cualidades más esenciales, no sufriría por ello.
PRIMERO.- Acaso.
SEGUNDO.- Estoy seguro. ¿Sabéis a quién me recordáis en este momento? A un autor, conocido mío, que suplicaba de rodillas a una mujer, de la cual estaba enamorado, que no asistiese al estreno de una obra suya.
PRIMERO.- Vuestro autor era modesto y prudente.
SEGUNDO.- Temía que el tierno sentimiento que inspiraba dependiese en cierto modo de la estimación en que tenían su mérito literario.
PRIMERO.- Cosa muy posible.
SEGUNDO.- Y que un mal paso en público le degradase un tanto a los ojos de su querida.
PRIMERO.- Que, menos estimado, fuese también menos amado. ¿Y os parece eso ridículo?
SEGUNDO.- Tal lo juzgaron. El palco fue comprado, y tuvo el mayor éxito. Y Dios saber cómo fue besado, festejado, acariciado.
PRIMERO.- Más lo habría sido si hubiesen silbado la obra.
SEGUNDO.- No lo dudo.
PRIMERO.- Y persisto en mi idea.
SEGUNDO.- Persistid, no veo inconveniente; pero pensad que yo no soy una mujer, y que es preciso, si así os place, que os expliquéis.
PRIMERO.- ¿Lo exigís?
SEGUNDO.- Lo exijo.
PRIMERO.- Más fácil me parece callar que disfrazar mi pensamiento.
SEGUNDO.- Lo creo.
PRIMERO.- Seré severo.
SEGUNDO.- Es lo que mi amigo exigiría de vos.
PRIMERO.- Pues bien:
Comentarios
Publicar un comentario