Poemas de Pablo Neruda


neruda340


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.







Puedo escribir los versos más tristes esta noche.


Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."


El viento de la noche gira en el cielo y canta.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.


En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.


Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.


Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.


Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.


Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.


La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.


De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.


Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.


Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.


Aunque éste sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.


Paco Ibáñez
Alex Ubago
Voz de Pablo Neruda


Que no, que nunca, nunca


Que no maten los malos
a los buenos,
ni tampoco los buenos
a los malos.


Soy un poeta sin ningún
precepto, pero digo
sin lástima y sin pena :
no hay asesino bueno
en mi concepto.
Sólo el que mata
es la categoría que
dejo fuera de mi
sentimiento.


No llevemos al pueblo
a la agonía,
condenado a la sangre
y al lamento.
Y contra eso está mi poesía,
que va por todas partes,
como el viento


Imanol y Joaquín Sabina


Me gustas cuando callas. (Poema 15)


Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.


Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.


Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.


Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.


Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.


Alejandro Sanz


Paco Ibáñez


Te recuerdo como eras en el último otoño. (Poema 6)


Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.


Apegada a mis brazos como una enredadera,
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.


Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas.


Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en ca
lma.
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.


Paco Ibáñez


Me peina el viento los cabellos


Me peina el viento los cabellos
como una mano maternal,
abro la puerta del recuerdo
y el pensamiento se me va.


Son otras voces las que llevo,
es de otros labios mi cantar,
¡hasta mi gruta de recuerdos
tiene una extraña claridad!


Frutos de tierras extranjeras,
olas azules de otro mar,
amores de otros hombres, penas
que no me atrevo a recordar.


¡Y el viento que me peina
como una mano maternal!
Mi verdad se pierde en la noche
¡no tengo noche ni verdad!


Tendido en medio del camino
deben pisarme para andar.
Pasan por mi sus corazones
ebrios de vino y de soñar.


Yo soy un puente inmóvil entre
tu corazón y la eternidad.
¡Si me muriera de repente
no dejaría de cantar!


Esteban Valdivieso


Poema 7


Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes
a tus ojos oceánicos.


Allí se estira y arde en la más alta hoguera
mi soledad que da vueltas los brazos como un
náufrago.


Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes
que olean como el mar a la orilla de un faro.


Solo guardas tinieblas, hembra distante y mía,
de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.


Inclinado en las tardes echo mis tristes redes
a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.


Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas
que centellean como mi alma cuando te amo.


Galopa la noche en su yegua sombría


Paco Ibáñez


La canción desesperada


Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.


Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh abandonado!


Sobre mi corazón llueven frías corolas.
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!


En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.


Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio!


Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.


Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!


En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!


Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!


Hice retroceder la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.


Oh carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.


Como un vaso albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.


Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.


Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.


Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!


Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.


Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.


Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.


Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.


Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.


Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!


Oh, sentina de escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron!


De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste.
De pie como un marino en la proa de un barco.


Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.


Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!


Es la hora de partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.


El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.


Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.


Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.
Es la hora de partir. Oh abandonado!


Paco Ibáñez


El monte y el río


En mi patria hay un monte.
En mi patria hay un río.


Ven conmigo.


La noche al monte sube.
El hambre baja al río.


Ven conmigo.


Quiénes son los que sufren?
No sé, pero son míos.


Ven conmigo.


No sé, pero me llaman
y me dicen «Sufrimos».


Ven conmigo.


Y me dicen: «Tu pueblo,
tu pueblo desdichado,
entre el monte y el río,


con hambre y con dolores,
no quiere luchar solo,
te está esperando, amigo».


Oh tú, la que yo amo,
pequeña, grano rojo
de trigo,
será dura la lucha,
la vida será dura,
pero vendrás conmigo.


Esteban Valdivieso


Amo el amor de los marineros


Para que nada nos amarre
que no nos una nada.


Ni la palabra que aromó tu boca,
ni lo que no dijeron las palabras.


Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
ni tus sollozos junto a la ventana.


(Amo el amor de los marineros
que besan y se van.


Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.


En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.


Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.)


Desde el fondo de ti, y arrodillado
un niño triste, como yo, nos mira.


Por esa vida que arderá en sus venas
tedrían que amarrarse nuestras vidas.


Por esas manos, hijas de tus manos,
tendrían que matar las manos mías.


Por sus ojos abiertos en la tierra
veré en los tuyos lágrimas un día.


(Amo el amor de los marineros
que besan y se van.


Amor que puede ser eterno,
y puede ser fugaz.


En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.


Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.)


Joaquín Sabina


Oda a la tristeza


Tristeza, escarabajo
de siete patas rotas,
huevo de telaraña,
rata descalabrada,
esqueleto de perra:
Aquí no entras.
No pasas.
Ándate.
Vuelve
al Sur con tu paraguas,
vuelve
al Norte con tus dientes de culebra.
Aquí vive un poeta.
La tristeza no puede
entrar por estas puertas.
Por las ventanas
entra el aire del mundo,
las rojas rosas nuevas,
las banderas bordadas
del pueblo y sus victorias.
No puedes.
Aquí no entras.
Sacude
tus alas de murciélago,
yo pisaré las plumas
que caen de tu manto,
yo barreré los trozos
de tu cadáver hacia
las cuatro puntas del viento,
yo te torceré el cuello,
te coseré los ojos,
cortaré tu mortaja
y enterraré tus huesos roedores
Miguel Ríos


Para que tú me oigas


Para que tú me oigas,
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.


Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.


Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.


Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.


Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.


Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.


Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú me oigas como, quiero que me oigas.


El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejos súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.


Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.


Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.


Carmen París


Oda a la guitarra


Delgada línea pura
de corazón sonoro.
Eres la claridad cortada al vuelo:
cantando sobrevives,
todo se irá menos tu forma.


No sé si el llanto ronco
que de ti se desploma,
tus toques de tambor, tu
enjambre de alas,
será de ti lo mío,
o si eres
en silencio
más decididamente arrobadora,
sistema de palomao de cadera,
molde que de su espuma
resucita
y aparece, turgente, reclinada
y resurrecta rosa.
Debajo de una higuera,
cerca del ronco y raudo Bio-Bio,
guitarra,
saliste de tu nido como un ave
y a unas manos
morenas
entregaste
las citas enterradas,
los sollozos oscuros,
la cadena sin fin de los adioses.
De ti salía el canto,
el matrimonio
que el hombre
consumó con su guitarra,
los olvidados besos,
la inolvidable ingrata,
y así se tranasformó
la noche entera
en estrellada caja
de guitarra,
temblando el firmamento
con su copa sonora
y el río
sus infinitas cuerdas
afinaba
arrastrando hacia el mar
una marea pura
de aromas y lamentos.


¡Oh! soledad sabrosa
con noche venidera,
soledad como el pan terrestre,
soledad con un río de guitarras.
El mundo se recoge
en una sola gota
de miel, en una estrella,
todo es azul entre las hojas,
toda la altura temblorosa
canta.


Vicente Amigo



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